Posteado por: Pablo | octubre 8, 2009

El punto más alto del ecuador

Luego del éxito de la expedición cero latitud cero grados encontrando el glaciar equinoccial, nuestros colegas mexicanos y español volvieron al Cayambe a buscar el punto más alto del ecuador. Lamentablemente el mal tiempo no les permitió llegar al lugar.

El domingo 27 lo volvimos a intentar. Un equipo más pequeño, en representación de todos los expedicionarios, fue el encargado de buscar el lugar.

La mañana era muy fría. Las nubes y el viento presagiaban otro día difícil. Bromeábamos con cierta severidad sobre la posibilidad de dejarlo para otro día. El clima no era ningún aliciente.

Emprendimos la marcha. Después de dos y tres intentos en la montaña nuestra ruta fue de lo más familiar y rápida. En un par de horas llegamos al campamento base. Entonces el equipo se dividió: tres a buscar el roquerío junto al glaciar: el axis mundi, del que hablaré después; el otro equipo tras el punto más alto y nuestra compañera Lysette en el campo base lista para responder ante cualquier emergencia.

Al llegar al que una semana antes era un extenso nevero vimos roca desnuda con unos montoncitos de nieve. El dramático cambio del paisaje fue estremecedor. Si en una sola semana de clima seco este nevero había casi desparecido ¿qué pasaría con estos glaciares y neveros equinocciales con el cambio climático?

En dirección oeste sobre la línea equinoccial

En dirección oeste sobre la línea equinoccial

Cristóbal comprobó con los instrumentos lo que Arturo ya había enunciado: que el pico del lado oeste era más alto. Y seguramente el más alto del ecuador. Aunque el clima no era nada favorable mis compañeros de equipo insistieron en subir al pico más alto, por la ruta de hielo, sobre los farallones. Cesamos en nuestra búsqueda de un acceso al pico que es divortium aquarum, el del lado este.

La nieve, suave por el clima seco y cálido de la última semana, dificultaba la marcha. Había momentos en que las piernas se hundían hasta arriba de las rodillas. No fue un trayecto fácil. Marcelo, sin embargo, compartía su experiencia y lideraba la caminata con decisión.

Farallones

Ya mientras hacíamos las comprobaciones con los instrumentos habíamos visto a nuestros colegas sobre el pico más alto. La emoción fue grande. Mientras dejábamos la nieve para avanzar sobre el farallón, salió Chesus a nuestro encuentro. Enseguida vimos a Miguel y Lizette.

En el punto más alto

Fue un gran momento. Por la camaradería del equipo de veinte y más expedicionarios. Por la amistad que nace del encuentro de las personas nacidas de países que, aunque lejos, son en el fondo los mismos.

Apachita

Ahí estábamos, en el lugar más alto de la línea equinoccial, que sin no fuera por el GPS y la planeación de la expedición sería solamente un pico de los andes conquistado con pasión. Ahora, la búsqueda se convierte en una experiencia tan personal como la de cada montaña: más allá de la altitud o dificultad, adquiere el significado que llega de la marcha y el recuerdo.

Mitad del mundo

Gracias a todo el equipo de expedicionarios por compartir esta inolvidable experiencia de montaña.

Posteado por: Pablo | septiembre 29, 2009

El Glaciar Equinoccial

Vista del Cayambe, una semana antes de la expedición

Aunque ya sabíamos de la existencia de un glaciar en la línea equinoccial y habíamos estado en sus inmediaciones, aún no teníamos información acerca de su tamaño, su estado y su posición.

Hace unos meses, cuando Cristóbal Cobo, Director de Quitsato, compartió con colegas mexicanos de nuestra jornada en el Cayambe, en la búsqueda de este glaciar y el lugar más alto en la línea equinoccial, el Dr. Arturo Montero tomó la iniciativa de organizar una expedición en búsqueda de este lugar.

El Dr. Montero lideró la organización de una expedición científico – montañera, entre cuyos varios fines estuvieron investigaciones: astronómicas, climáticas, geográficas, entre varias otras. El equipo, integrado por personas de México, España y Ecuador, así como la información de la expedición, se pueden ver en este vínculo.

Después de varios contactos telefónicos y el esfuerzo enorme de los organizadores por llevar adelante esta empresa en tan corto tiempo, llegó el gran día. El viernes 18 de septiembre salimos rumbo a la ladera sur del volcán Cayambe en busca del glaciar equinoccial: el lugar donde la latitud es cero, a cero grados de temperatura, como bautizaron los organizadores a la expedición, 0 – 0.

La camaradería fue protagonista entre el equipo de los 18 expedicionarios. Montamos el campamento a más 4000 metros de altura. El frío y la humedad estuvieron presentes, como es costumbre en este páramo ecuatoriano.

Campamento base

El primer intento por posicionar el glaciar se dio el 19 de septiembre de 2009 en la mañana. El clima era ventoso, frío y terriblemente húmedo. Llegamos cerca de las 10 de la mañana a la línea equinoccial, sobre los restos de un enorme glaciar en retroceso. El júbilo se apoderó del equipo y a pesar del logro se hizo evidente que había al menos dos lugares más altos por donde la línea imaginaria atraviesa este volcán.

Ascenso

Latitud 0

Expedicionarios

Debimos hacer un segundo acercamiento al glaciar que debía estar en la parte más oriental y más arriba de nuestro hallazgo del 19. La “buena onda” del equipo hizo de la estancia en este frío lugar de lo más agaradable.

Partimos desde el campamento base el 20, muy temprano. En una mañana de azul majestuoso iniciamos la travesía en el hielo, desde el lugar un día antes posicionado. El viento, aún más intenso que el día anterior, dificultaba la travesía.

Cayambe sur

Después de un par de horas de recorrido, finalmente estaba ante nosotros: un enorme glaciar que se extendía por toda la ladera sur del Cayambe, casi hasta su cumbre. El equipo se aprestó entonces a encontrar el punto cero. Continuamos la búsqueda con GPS en mano sobre la pronunciada pendiente de hielo.

La marcha sobre el glaciar era intensa. Una delgada capa de nieve cubría el hielo, con lo que crampones y piolets se hundían apenas sobre aquel. El equipo continuaba la búsqueda y tras unos 300 metros de marcha hallamos el punto cero.

Fue súper gratificante llegar. Uno de los objetivos de la expedición se cumplía al tiempo que el clima se ponía más frío y nublado. Mejor dejo que las fotos cuenten un poco más del momento.

Glaciar equinoccial

Rumbo al 0

Latitud 0

¿Qué queda después de una experiencia cómo esta? En primer lugar la información científica que aportará a nuestro conocimiento del entorno y podría mejorar nuestro manejo y principalmente nuestra actitud sobre el medio ambiente.

Personalmente, la grandeza de un volcán que se evidencia como una antigua y telúrica deidad; que protege, provee de agua. Que tiene la capacidad de cambiar su entorno, por ejemplo en una erupción, con mucha facilidad.

Aún queda pendiente el punto más alto sobre la línea equinoccial…

Les recomiendo mirar el blog oficial de la expedición.

Posteado por: Pablo | octubre 28, 2008

El Catequilla

Catequilla es un cerrito ubicado en el valle de san Antonio de Pichincha, cuya parte más alta está exactamente bajo la línea equinoccial. El cerro luce muy parecido al Panecillo, en el centro histórico de Quito.

El cerro tiene fama por algunas razones y, curiosamente, una de las razones por las que es más conocido es por su mina de piedra de la que se ha extraído el material pétreo para algunas de las obras civiles municipales y otras ornamentales del país. También hay quienes afirman que de algunas de estas piedras se puede extraer “shungo de piedra”.

A pesar de ser que el trabajo en las minas de la zona es para muchos locales la única fuente de ingresos, los daños que han llegado con la sobrexplotación minera son terribles: aire cargado de partículas, deforestación, desertificación…

Decía que es curioso que esa sea una de las razones por las que el cerro sea más conocido, porque en la cima existe un muro de piedra precolombino, exactamente bajo la línea equinoccial. La extensión del muro y su presencia es tan imponente desde el aire, que aún a pesar del deterioro se lo puede ver desde Google Earth.

Al igual que los otros cerros y montañas que rodean a Quito, el Catequilla debió ser parte de la geografía sagrada para nuestros indígenas: huacas y montes protectores con un simbolismo y quizá culto propio.

Aún cuando las investigaciones no han sido suficientes, salta a la vista lo obvio: ¿es una coincidencia que los antiguos habitantes del valle hayan construido este muro justo en el lugar donde el sol no hace sombra al medio día de los equinoccios: la línea equinoccial?

Este tema ha sido largamente investigado por Cristóbal Cobo de Quitsato y aunque algunos académicos se han negado a tomar por científicas sus afirmaciones, pienso que el sentido común parece señalarnos que este lugar debe haber tenido una connotación sagrada: la cima de una montaña, en la línea equinoccial, con una vista privilegiada, un muro con una apertura de 23,5 grados…

Por si no fuera suficiente para el destino del Catequilla con la sobrexplotación minera y el debate sobre el sitio arqueológico, hace unas semanas nos llegó la noticia de que se está construyendo ahí un “monumento solar – lunar” (si, como lo leen: un monumento sobre el sitio arqueológico).

Por lo que ha llegado hasta mi conocimiento el monumento es una especie de estructura metálica, asentada sobre bases de cemento, con un propósito ritual, ancestral, memorial (¿?).

La actitud que los habitantes del país hemos tenido frente a nuestro patrimonio cultural es lamentable: desde los bombardeos de práctica al sitio arqueológico de Rumicucho hasta el tráfico de piezas arqueológicas.

Y en medio de ese escenario irresponsable, el monte Catequilla sigue ahí, hablando de un pasado del que poco sabemos y del que, al parecer, no nos interesa mucho saber como sociedad…

Posteado por: Pablo | noviembre 1, 2007

Paso de la muerte

Desde niño el Pichincha se me mostró como un lugar de misterios. También como el custodio de “los tesoros escondidos de antiguos esplendores”, tal como se contaba entre los mayores.

Atraído por la montaña, no tanto por sus tesoros como por la aventura, escuché sobre el lugar, para mi, más representativo de estos misterios y peligros: el paso de la muerte.

Para quienes no lo conocen, el Pichincha es un macizo volcánico, con tres alturas prominentes: el Ruco, el Guagua y el Padre encantado. El Guagua (niño) está al sur occidente del macizo y contiene el cráter activo, que nos ha venido arrojando ceniza durante los últimos siglos; la última en 1999.

Es en el Ruco Pichincha, el macizo más antiguo del complejo, donde se encuentra “el paso de la muerte”. El Ruco ha sido visitado permanentemente por científicos y aventureros. Fue descrito así por La Condamine en el siglo XVIII: “Muy rara vez, esta cima del Pitchincha, más al oriente que el cráter del volcán, está totalmente sin nieve; su altura está muy cerca de aquella en que la nieve no se funde jamás en las otras montañas más altas, lo que hace inaccesible sus cumbres. […] La montaña del Pitchincha como la mayor parte de las que son de difícil acceso, pasa en el país como rica en minas de oro y, además, de acuerdo a una tradición muy acreditada, los indios súbditos de Atahualpa, rey de Quito, en el tiempo en que el territorio fue conquistado por los españoles, escondieron en el Pitchincha una gran parte de los tesoros que llevaban de todas partes para rescatar a su señor, cuando conocieron el fin trágico de este Príncipe.”

Es una pena que ninguna de las cumbres del Pichincha ahora tenga glaciar. Ahora la mayor parte del año la roca está expuesta desnuda, sin su antiguo blanco manto. Así se lo ve en esta foto satelital, tomada de Google Earth.

Ruco Pichincha desde Google Earth

La búsqueda de tesoros ha sido una permanente motivación para visitar la montaña, especialmente en el pasado. En un suceso de esta naturaleza se vio envuelto el célebre arquitecto valenciano José Jaime Ortiz, constructor de El Sagrario, cuando, al morir su compañero de expedición (Francisco Fonsi), fue acusado en juicio y terminaron sus días de una manera terrible en la cárcel. Esto, a inicios del siglo XVIII.

Desde la base oriental de la roca, la que da hacia Quito, existen dos caminos para alcanzar la cumbre del Ruco: el conocido arenal, más largo y más seguro, y el camino sur: el del paso de la muerte. Al escuchar las variadas descripciones de este último, creo que ninguna alcanzó a describirme realmente la naturaleza del paso. Así que intentaré la mía propia. A continuación una foto del paso, tomada antes de cruzarlo hacia la cumbre.

Tras bordear unas enormes rocas sobre una pendiente aparece un sillar no muy grande (quizá 15 metros) a la que hay que bajar por una inclinada pendiente, no muy larga. En mi opinión, el sillar es mejor cruzarlo sentado o de cuclillas, especialmente si hay viento. Al final del sillar se topa uno con una enorme roca (con sendos precipicios a los lados) a la que hay que alcanzar inclinándose uno hacia atrás. Este es el momento más tenso y exigente: hacer este escalón, en el que, por un momento, uno está suspendido sobre el precipicio que da al nororiente.

Trato de recordar las sensaciones después de pasarlo y lo primero que recuerdo es el espectáculo visual y el rápido latido del corazón. Como alguien me lo dijera alguna vez, más que un paso de peligrosidad inevitable, se trata de un paso donde hace falta mucha confianza y serenidad.

Tras el paso la cumbre se halla muy cerca. En días claros la vista es espectacular: el valle de Quito se abre majestuoso entre los colosales andes ecuatoriales. El esfuerzo vale la pena.

Aunque sé que para muchos montañistas el paso de la muerte es casi un divertimento, en mi caso, prefiero conservar el respeto para este lugar y recomendar a quienes quieran subir al Ruco que si no tienen experiencia en la montaña es mejor que suban por el arenal.

Si bien llegar al Ruco ahora es mucho más accesible, por la facilidad que ofrece el teleférico, el lugar no es menos peligroso. Hace un tiempo un guía de montaña encontró la muerte en el paso y se han escuchado varias noticias de viajeros extraviados o accidentados, mientras visitaban la montaña.

Posteado por: Pablo | septiembre 26, 2007

Todavía hay nieve en la línea equinoccial

Aunque sabíamos de la existencia de glaciar en la línea equinoccial, en el nevado Cayambe, pensábamos que por efecto del cambio climático quizá este estuviera en riesgo o, peor todavía, hubiera desaparecido.

Este último 22 de septiembre, y por iniciativa de Cristóbal, director del proyecto de investigación Quitsa-To, emprendimos una expedición en busca de estos nevados territorios en el volcán Cayambe. La invitación se presentaba todavía más especial, pues estábamos a un día del equinoccio.

Cayambe

Para quienes no lo saben, el volcán Cayambe se encuentra a 0° 1.72′ de Latitud norte y a 77° 59.13′ de Longitud. Sus datos fisiográficos, de acuerdo al Instituto Geofísico de la Politécnica Nacional son: elevación: 5790 m (cumbre máxima), tipo de volcán: estrato-volcán compuesto, diámetro basal: 18 km N-S x 24 km E-W.

Por su amplia base, la línea equinoccial atraviesa la parte sur del volcán, donde existe un glaciar. En principio el camino a seguir es el mismo que lleva al cerro Saraurco. La expedición contó con dos guías de la zona y caballos. Las dificultades del terreno son evidentes: suelo pantanoso y clima casi siempre húmedo y nublado.

El día pintaba esas características. Pronto la llovizna con hielo (que los lugareños llaman papacara) se hizo presente. Pero la vista del Cayambe, aunque entre nubes, era un permanente aliciente para seguir adelante en la expedición. La ruta era muy difícil. Por ello debo hacer un paréntesis para mencionar la nobleza y resistencia de los caballos que nos acompañaron. De baja altura, pero amplias espaldas, estos magníficos animales fueron una parte clave de la expedición. Pienso que sin su presencia, difícilmente se puede alcanzar en un solo día este lado del volcán.

Caballos de páramo

Hay una gran presencia de conejos en estos páramos, que se comprueba al ver el suelo tapizado de sus redondeados excrementos (confío que si algún aficionado a la cacería lee esto no va a intentar ir de “matanza” por ahí). Uno de los tres perros de nuestros guías ha capturado tres conejos pequeños.

Tras alcanzar los 4.000 metros de altura, aproximadamente, es posible divisar varias lagunas (dieciocho, afirman nuestros guías), la mayoría de ellas grandes charcos rodeados de pantanos. Hemos divisado cuatro cóndores, aparentemente dos de ellos adultos y dos juveniles. Hemos visto también una pareja de gavilanes. Achupallas recientemente arrancadas parecían las huellas dejadas por los osos del lugar.

Cóndor andino

Tras seis horas de travesía llegamos al pie de la nieve, junto a unos enormes farallones en el lado sur occidental del volcán. Desde ahí en adelante avanzamos únicamente a pie. Estábamos aproximadamente a unos 1.200 metros al sur de la línea equinoccial y a unos 4.200 metros de altura. Mientras caminábamos hemos visto un venado, saliendo desde la nieve y que apuró su paso cuando los perros intentaron seguirle. La tarde se puso clara: el cielo azul contrastaba con el brillo de la nieve.

Finalmente arribamos a la latitud 0. A poco menos de 4.600 metros de altura, el paisaje fue sobrecogedor y el frío intenso. Observamos que la línea equinoccial cruza por un amplio territorio nevado en el Cayambe. Sin embargo una enorme pared nos hizo imposible seguirla.

L´nea equinoccial en el Cayambe

Construimos un montículo de piedras, nuestra versión de la apachita, en señal del posicionamiento y también en recuerdo de los habitantes que desde hace miles de años han poblado estas tierras. En agradecimiento a ellos también, por habernos legado una cultura, que aunque a veces aparece distante (por nuestros propios prejuicios y a veces por la “falta de evidencia”) sigue inspirando y alimentando nuestro presente.

Cayambe sur

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